domingo, 7 de julio de 2013

De Maó a México pasando por Barcelona

Dejó atrás Menorca con 18 años, como muchos otros jóvenes, para formarse lejos de casa. Eligió la antropología como campo de estudio, en la Universidad de Barcelona, y después de diez años de trabajo en el ámbito del género, la sexualidad y el cuerpo, en España y otros países como Ecuador o Burkina Faso, la vida le ha llevado ahora a México. Alba Pons Rabasa es otra menorquina más en un exilio voluntario, para poder desarrollarse como profesional. No sin cierta crítica hacia la falta de ayudas a la investigación en nuestro país, asegura en esta entrevista que “México me ha dado la oportunidad de continuar con lo que realmente me gusta, la investigación en antropología”.
¿Es tan difícil lograr ayudas en España para investigar en su campo, la antropología social? 
Hay algunas ayudas, pero muy escasas. La beca general del Ministerio de Educación, que va en función de la renta, te la pueden dar en la licenciatura y el máster, pero no en doctorado. En Catalunya las específicas de la Generalitat para doctorado son buenas, te dan manutención mensual, pero hay muy pocas y muchísimas personas que las piden. ¡El año que opté había 40 plazas para todas las carreras en toda Catalunya! No es nada fácil ser estudiante y menos de doctorado, los precios de las matrículas son desorbitados, y para mantenerte necesitas un trabajo a jornada completa, entonces, ¿cuándo estudias? Es un delirio. 
¿Y las becas privadas? 
También hay organismos privados que financian, sobre todo bancos, pero por cuestiones éticas obvias no creo que buscara financiación por ese lado. Ya sabemos lo que nos han hecho los bancos. Así que decidió cruzar el charco...
¿Por qué a México? 
Porque me aceptaron en un doctorado aquí, en la Universidad Autónoma Metropolitana y me dieron una beca mensual del Gobierno mexicano. Una beca que dan a todos los investigadores que son aceptados, porque es reconocido como Postgrado de Excelencia Académica. México me ha dado la oportunidad de continuar con lo que realmente me gusta, la investigación en antropología. Ya sabía de antemano que la educación universitaria aquí es muy completa, competente y se tiene en cuenta socialmente. En México, a diferencia del Estado español, hasta contratan antropólogos en las ONG y organismos institucionales. 
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¿Cuál es exactamente su ámbito de estudio? 
Trabajo sobre temas vinculados al género, la sexualidad y el cuerpo, concretamente, estoy investigando sobre los procesos de normalización de lo trans, es decir, lo transgénero, transexual y travesti. Reformas legislativas, tratamientos médicos y psiquiátricos, y los efectos de todo esto en la construcción de las identidades y los cuerpos de las personas trans. Es un tema que de una forma u otra llevo trabajando unos diez años, sea desde mi profesión como trabajadora social, desde el activismo y feminismos, o desde la investigación antropológica. 
¿Y esos avances que percibe en lo docente y académico se trasladan a la calle? ¿Hay en México más o menos transfobia que en otros lugares que conoce? 
Ahí está la paradoja..., en lo académico y en lo político, solamente en el Distrito Federal no en otros estados de la República, hay avances significativos. Es aquí en DF donde se hizo la reforma legislativa para poder acceder al cambio de nombre dirigida a personas transexuales, transgénero y travestis, en 2008, pero se aplica solo aquí, como el matrimonio entre personas del mismo sexo. En la vida social, sigue habiendo mucha transfobia, igual que homofobia y lesbofobia, sexismo al final. Pero en lo que se refiere al tratamiento médico-sexológico y en lo jurídico, tiene algo más avanzado que en España, y es que hay un tratamiento no patologizante, no se trata como un trastorno psiaquiátrico sino como una condición. El tratamiento es más humanista. México es también, y desgraciadamente, noticia por los crímenes contra mujeres, el denominado feminicidio. 
¿Se siente insegura? 
La seguridad es un tema que condiciona la cotidianidad, inevitablemente, pero que se ve peor desde fuera que cuando lo vives diariamente. Me refiero a que es fácil acostumbrarse a volver en taxi en lugar de andando, o a llamarlo por teléfono en lugar de cogerlo en cualquier lado si es muy tarde, además aquí son más asequibles que en Europa. A mí eso no me ha costado, aunque reconozco que el primer mes no andaba sola por la calle de noche, cuando ya sabes por donde te mueves, todo eso se rebaja. Hay muchas zonas en D.F. que son tranquilas y seguras, pero como en toda gran ciudad, tienes que estar atenta. Pero sí siento que el ser mujer me condiciona mucho más, creo que eso es lo que más me fastidia de México. Que mi vida vale muy poco por el hecho de ser mujer y que la mayoría de hombres, incluso las instituciones, lo sienten así. Tampoco creo que podamos decir que España no es machista, viendo las cifras de mujeres asesinadas. Quizás la diferencia sea que allí hay una mayor sensación de impunidad... El feminicidio se ha extendido justamente por esa impunidad, y sus consecuencias a día de hoy son sistémicas, es una cuestión que ya es estructural y se sustenta en una cultura de género que discrimina y violenta a las mujeres, y más si no son blancas, heterosexuales y ricas... Y por supuesto que la cultura machista es la base de ese feminicidio, una base que lo legitima. Obviamente que es muy aventurado comparar España y México en ese sentido, pero la base sí es la misma. Y esa cultura machista está en la base porque no es lo mismo aquí matar a un hombre que matar a las mujeres y niñas que se están matando, puesto que éste ocupa una posición social diferente. Un hombre que tortura y mata a una mujer ocupa una posición de poder, por el simple hecho de ser hombre y sentir que puede hacer lo que está haciendo y salir ileso, o pagarle 300 pesos al policía y cerrar el caso, imagine. 
¿A qué se dedicaba antes de lograr su beca de doctorado en México? 
Desde 2003 he trabajado en diferentes organizaciones en Barcelona como trabajadora social, siempre dedicándome a colectivos como usuarios de drogas inyectables, gente que vive en la calle y trabajadoras sexuales. Entre 2004 y 2006 también pusimos en marcha y coordiné un proyecto en África, en Burkina Faso, de trabajo comunitario. En concreto era para la prevención del sida y el VIH en trabajadoras sexuales de allí. En 2008 estuve viviendo en Quito, en Ecuador, donde trabajé con el Proyecto Transgénero desde una perspectiva transfeminista, fue una experiencia muy enriquecedora. Utiliza el término ‘trabajadora sexual’ y supongo que, viniendo de una antropóloga, no será una elección gratuita... Lo digo porque considero que refleja bien lo que son, personas que trabajan con su cuerpo, y punto, sin cuestiones éticas ni morales por en medio, es su derecho, obviamente. Otra cosa muy distinta es el tema de la trata de personas, eso no es lo mismo, y creo que debemos distinguir porque justamente el tema de la trata se utiliza para criminalizar un trabajo que, cuando no hay opresiones, obligaciones y ejercicios de poder, es digno como otros. Derecho al propio cuerpo. Ha tenido un aprendizaje realmente intenso hasta llegar a la actualidad. Cuando volví de Ecuador a Barcelona decidí hacer el Máster de Antropología y Etnografía y trabajar más intensamente en la formación de profesionales de la Administración pública y organizaciones sociales diversas. He escrito varios artículos y participado activamente del movimiento por la despatologización de las identidades trans y de grupos transfeministas de la ciudad de Barcelona. Y después de todos estos aprendizajes, conocimientos, luchas, penas y satisfacciones, hoy día estoy con un doctorado tutorial. Tengo un director que me asesora y puedo disfrutar de la oportunidad de elegir los seminarios a los que voy, investigar al mismo tiempo y realizar el trabajo de campo de mi proyecto. 
 Académicamente hablando ¿se puede decir que en D.F. ha hallado la felicidad? 
Para mí hay algo que es fundamental...estoy aprendiendo a pasos agigantados, me siento una esponja, cuando creía que en algunas cosas, sobre todo en investigación, ya estaba estancada. Aquí estoy disfrutando como una niña en los seminarios, con las académicas con las que comparto, es fascinante todo lo que se trabaja en la investigación social, y eso me tiene súper feliz. Puedo hacer seminarios en la universidad que quiera, gratuitos y de una calidad excelente. Puedo proponer y siento que mi trabajo como antropóloga se valora mucho más, y eso me ayuda a seguir luchando por lo que quiero. 
¿Y cuál es esa meta
Pues no solo tiene que ver con méritos profesionales y académicos, sino también con las cuestiones éticas y políticas que implican. 
Volviendo a su experiencia en México ¿cómo es su vida allí? 
Estoy viviendo en el sur de la macro ciudad, al lado de la Universidad, que tiene un campus que ocupa dos o tres barrios. Vivo en una zona bien tranquila, de calles empedradas pero comunicada con el metrobús que cruza de sur a norte la ciudad y con el metro. Vivo en un departamento antiguo pero muy bonito, con patio, árboles, ardillas y tranquilidad. Un privilegio para esta ciudad, la verdad. No oigo coches desde mi habitación! 
¿Su llegada al país fue también tan apacible y bucólica? 
Mi llegada fue bastante complicadita la verdad, tuve que retrasar una semana mi vuelo porque me puse enferma y me ingresaron en el hospital. Y todo se retrasó. Llegar a un sitio nuevo siempre es complicado, y más a una ciudad de 22 millones de habitantes, una ciudad de ciudades, densidad urbana en estado puro. Pero aunque parezca paradójico, mi vida cotidiana aquí es más relajada que en Barcelona. Tengo la oportunidad de trabajar en investigación, allí para poder investigar tenía que trabajar a la vez 40 horas semanales para mantenerme y pagar las matrículas. 
¿Qué es lo que más le ha costado en su adaptación? 
Las nuevas dinámicas que supone esta gran ciudad, distancias larguísimas, transporte público diferente, el ruido, el tráfico, los códigos de urbanidad..., también los cambios físicos. D.F. está bastante alto, lo que supone que te cansas más porque respiras diferente y además, se seca la piel, el pelo, los ojos, los labios, cosa que agudiza la polución. El cuerpo tarda en ‘mutar’, pero sí, ya puedo decir que he mutado. A lo que no me acostumbro es a los temblores, qué extrañeza por favor! Sin peligro, pero asustan. 
¿Y qué me dice de sus gentes? ¿Le llama algo la atención? 
Me encanta cómo hablan las personas mexicanas, sus juegos con el lenguaje, el tipo de humor que tienen, hacen malabares con las palabras, e inventan frases sarcásticas constantemente, albures. Eso me fascina. Lo que no me fascina tanto es que todo sea tan protocolario, me cuesta habituar el oído a que me llamen maestra Alba Pons. Me es difícil no ser ruda, como dicen aquí que son los españoles. Hablar en un tono alto, ser brusca o lanzada, no ser tímida, aquí no es muy habitual en una mujer. La gente cree que estás enfadada o que eres maleducada. Y hablando con la diáspora española de aquí, a todas nos pasa lo mismo! Así que ya estoy tranquila de que no soy yo. 
Con tanta actividad ¿queda algún momento para la morriña? 
La nostalgia me ha acompañado bastante, me ha costado acostumbrarme a este monstruo de ciudad. Nostalgia de la Isla pero también de la familia. Menorca es una maravilla y esta sensación también me acompaña, es una sensación que de algún modo me define. Y a la vez, cuanto más me muevo por el mundo, creo que más elementos tengo para valorarla como se merece. Pero más echo de menos a mi familia, que sigue viviendo allí y me apoya incondicionalmente desde la distancia.

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