Cosmovisión Otomí
Arte y compromiso en la obra de Eduardo Ruíz
El artista de Amealco Juan Eduardo Ruíz vuelve a Barcelona después de cuatro años, con la exposición “Cosmovisión Otomí” que podremos ver durante este mes de diciembre en Casa Mèxic Barcelona (C/ Mir Geribert 8). Una muestra plagada de mitos y leyendas de los hñähñú, forma propia de llamar los conocidos otomíes. Acompañado de los Mtros. Ewald Hekking y Roberto Aurelio Núñez López, la exposición de arte viene completada con la presentación de un libro en cuatro ediciones distintas, en español, otomí, inglés
y holandés, elaborado por los dos investigadores y al que Juan Eduardo Ruíz ha puesto la ilustración, mismas obras que vemos en la exposición. Una obra fundamental para la recuperación de la lengua y las leyendas de este pueblo, y de gran ayuda e interés para la inculcación de los orígenes propios a los niños de ese estado y de toda la República.
y holandés, elaborado por los dos investigadores y al que Juan Eduardo Ruíz ha puesto la ilustración, mismas obras que vemos en la exposición. Una obra fundamental para la recuperación de la lengua y las leyendas de este pueblo, y de gran ayuda e interés para la inculcación de los orígenes propios a los niños de ese estado y de toda la República.
Cabe decir que en cuatro años, la obra de Ruíz ha madurado notablemente. En cuanto a la técnica, el dominio progresivo del óleo y el acrílico le ha permitido mejorar la plasmación de los retratos que realizaba anteriormente en pasteles, sin perder frescor y detalle, y en un exquisito alarde del dominio del color y la forma. Nos encontramos, como ya nos tenía acostumbrados, con retratos de la gente de su pueblo, reales hasta el más mínimo surco de la piel morena, desde la arruga del anciano macilento hasta el brillo de la mejilla de la niña otomí. Al mismo tiempo, surgen de su paleta los personajes mágicos de las leyendas hñähñú, gigantes y duendes, dioses y mujeres que invaden esos campos místicos de la tierra roja y del Valle Sagrado. Seres hechos de piedra, barro, madera, caña y humo, recuperados de la historia milenaria de este pueblo que resiste a perderse bajo la uniformidad impuesta del México contemporáneo.
Sin duda, este es el compromiso de Eduardo Ruíz, artista residente en la actualidad en Querétaro, para con su pueblo y sus lenguas. Un pintor que dedica esfuerzo a comprender de donde viene y en explicárnoslo. Sin duda, con un bagaje propio tan amplio y con una cultura ancestral de la que emana una forma muy particular de entender el mundo, Ruíz escoge ser el lienzo de la tradición, y poner color a las leyendas orales transmitidas de padre a hijo. El compromiso del autor con su gente, del artista con su pueblo, que es de agradecer en estos tiempos de vacío moral y de arte vanidoso.
La mejora de la técnica de Ruíz a lo largo del último lustro también lleva incorporados cambios en su paleta de colores. Recordamos sus obras luminosas y que de nuevo observamos aquí en algunas de ellas, con azules cerúleos imposibles en cielos que probablemente sólo se vean en el interior de la “Tierra roja”. Además, ahora incorpora también piezas crepusculares. La paleta se oscurece para mostrarnos el agave a la luz de la noche, el lobo aullando acechado por el cazador, un coloso que aparece de improvisto en la oscuridad, o la creación de las luciérnagas, todas leyendas de los hñähñús que ahora conocemos gracias a esta exposición y libro.
La oscuridad de esas piezas otorga nuevo sentido a la obra de Ruíz. En el gigante queremos ver al Coloso de Goya surgido de la oscuridad, amenazando aquél pueblo arcaico. En los paisajes de la serranía nocturna vemos las puestas de sol de Caspar David Friedrich, como si la Selva Negra y el Valle Sagrado escondieran secretos similares. El claroscuro da una nueva dimensión a una obra de un artista, cada día más consolidada, y de más prestigio, en Querétaro y en todo México.
Entre las piezas, un mundo muy particular surge con su especial visión. Un mundo en que la tierra y sus frutos son objeto de devoción. La milpa, donde la muchacha esparce arena en un juego que dará origen al huitlacoche, el hongo exquisito del maíz. El campo donde las tunas crecen al amparo de los gigantes. El agave, de donde emana el maná que liban los hombres y los dioses, a la luz de la luna que baña los campos y que bebe el sediento labriego. El cuervo y el halcón, que velan por la preservación de este bello mundo que pervive. La serpiente que amamanta.
Una obra paradigmática abre la exposición, la mano de un campesino, sucia y surcada por la edad, que sostiene un mundo del que asistimos en esta “Cosmovisión otomí” a su entera creación, un universo que es lengua y es tierra y es aire y es sueño, y que conservamos gracias a la firme determinación de personas como Eduardo Ruíz. Un artista de los que mantienen la llama encendida de lo que es propio y universal, gracias al arte y su expresión, gracias a su virtuosismo y compromiso.
Albert Torras
Seminario de Cultura Mexicana – Corresponsalía Barcelona
No hay comentarios:
Publicar un comentario