La familia Prado vive en la calle de Verdi desde hace 15 años. Recuerdan bien la fecha porque se mudaron en agosto de 1999, el verano que nació Mateo, su hijo mayor. «Somos de México y mi mujer y yo vinimos a Barcelona a hacer el doctorado. Nos gustó esta calle, encontramos un alquiler que estaba bien y nos instalamos. Mi hijo nació al nada, el 4 de agosto, y con el bebé de días nos encontramos con que la noche del 14 todo se transformó y las fiestas de las días posteriores, claro», explica Ricardo Prado, padre de Mateo, Lucas y Camilo.
«Al principio no entendíamos nada, pero enseguida bajamos a preguntar y nos animamos». Desde entonces, han estado siempre al pie del cañón. «Bajas primero un día, a ver si puedes ayudar en algo, y te vas liando», explica el hombre.
Tiene muy presente cuál fue la decoración del primer año. Le marcó. Fue de baño. «También recuerdo especialmente un año en el que decoramos la calle de pajaritas», apunta el padre, quien asegura que sus tres hijos se han criado entre los talleres de decoración de la calle.
Como casi todos en Verdi, al menos casi todos los que se implican con la fiesta, lo difícil cada año para los Prado es cuadrar las vacaciones para que no coincidan con la fiesta mayor -la época más común para hacerlas- ya que nadie quiere perdérselas. De hecho, la gran mayoría de los vecinos de la calle lo que prefiere es que las vacaciones empiecen justo después de la fiesta, para así, cuando todo acaba, tener días para descansar, algo que después del ajetreo final para tenerlo todo a punto les hace muchísima falta..
Cuentan en Verdi que la casa parece un hostal. «Viene mucha familia y amigos de México a visitarnos y con todos queremos compartir la fiesta de la calle que ya es tan nuestra», explica el vecino en el local de la asociación, a rebosar de elementos propios de la selva.
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