Primera lección para neófitos que creen que todo destilado mexicano se engulle en formato de chupito exprés: el mezcal es bebida de mojar los labios y sorber con parsimonia. Segunda: es tan válida para paladear en tertulias o noches locas, como para acompañar ágapes contundentes y asentar la digestión. Tercera: por su elaboración artesanal, se le presumen ausencia de resacas y hasta efectos afrodisiacos. Y última: la marca número uno en México capital, de nombre Amores, acaba de iniciar el desembarco en Europa con Barcelona como plataforma de lanzamiento, porque la ciudad está «en boca de todos», de moda y abierta a las novedades, explica su joven fundador, Santiago Suárez.
El empresario se enamoró del sabor en la adolescencia y alimentó la idea de desarrollar una marca de gran pureza, «versátil y suave para que gustara al que se atreviera a probarlo» y con conciencia social, ya que revierte beneficios a la zona de cultivo, Oaxaca.
El resultado, en su versión joven (la reposada se importará más adelante) se maridó la semana pasada con platos diseñados por el chef Sebastian Mazzola en el Mutis, donde comenzó la pedagogía del sorbo microcorto que irán expandiendo por España. Con ceviche, pan de yuca y aguacate, anticucho de pollo y magret, el mezcal se conjuga bien. Pero también en los singulares cócteles elaborados por Jordi Baqués. Mezcal Amores (que en el 2015 se empezará a vender al público por 55 euros) desembarca de momento en la barra de Mutis, en la de Carpe Diem (CDLC) -su local embajador en Barcelona- y en bares y mesas seleccionadas. La ruta gastroetílica seguirá en Mallorca y Eivissa.
El reto es colarse sin prisa ni pausa en los paladares con el eslogan «bebo del sol su sangre». Nada exagerado teniendo en cuenta que el agave Espadin se gesta durante 10 años (mucho más que el tequila) antes de la jima (extracción del corazón), la cocción y el triple destilado.
Foto de Ferran Nadeu
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