jueves, 29 de noviembre de 2012

México, artículo de Quim Monzó, a La Vanguardia

La semana pasada, Elisabet Sabartés, corresponsal de La Vanguardia en México, explicaba que el presidente Calderón tiene la intención de cambiar el nombre oficial del país, que es el de Estados Unidos Mexicanos. Dice que es un hecho de una "importancia relevante" porque cuando en 1824 Estados Unidos Mexicanos adoptaron este nombre lo hicieron porque tenían como modelo paradigmático a los Estados Unidos de América. Añade que los mexicanos siempre se refieren a su país como México y que ha llegado el momento del cambio. Los analistas -explicaba Sabartés- dicen que la iniciativa es juiciosa pero también arribista, oportunista y ególatra. 
El ejemplo de Estados Unidos de América como país emergente y demócrata tuvo tanta influencia durante el final del siglo XVIII y el XIX que muchos otros países hicieron suyas esas dos primeras palabras. Brasil fue oficialmente la república de Estados Unidos del Brasil hasta que, como México ahora, decidió cambiar el nombre en 1968 y pasar a República Federativa del Brasil. Colombia fue Estados Unidos de Colombia durante unas décadas del XIX, y Venezuela se llamó Estados Unidos de Venezuela durante casi un siglo. Estados Unidos de Indonesia fue el nombre de aquel país durante poco más de un año, a mediados del siglo pasado. A finales del XVIII existió -durante poco tiempo- Estados Unidos de Bélgica, cuando se declararon independientes de los Países Bajos Austriacos, una denominación, por cierto, que ahora sorprende a mucha gente. Hubo también unos Estados Unidos de Centroamérica (El Salvador, Nicaragua y Honduras), unos Estados Unidos de las Islas Jónicas y unos Estados Unidos de Stellaland (formado por dos repúblicas bóers, en el sur de África). Amén de varios proyectos que no prosperaron: Estados Unidos del Río de la Plata (Argentina, Uruguay y Paraguay) y Estados Unidos de la Gran Austria (Bohemia, Austria, Galitzia, Eslovaquia, Hungría, Transilvania, el Trentino...). 
De todos esos proyectos frustrados el de más largo recorrido es el de Estados Unidos de Europa, que utilizó por primera vez Victor Hugo y que Trotski modificó a su manera: Estados Unidos Soviéticos de Europa. Toda esa efervescencia de Estados Unidos por todo el mundo muestra hasta qué punto la revolución americana, junto con la francesa, marcaron el devenir de buena parte de la humanidad hace doscientos años, y cómo la fascinación por aquel país nuevo provocó una avalancha mimética. Es un proceso idéntico al que hace que la gente ponga a sus hijos nombres de las estrellas que admiran. Ha pasado a lo largo de los tiempos, con los ídolos de la religión, el cine y la música de cada época, y es el motivo por el que ahora hay personas que se llaman Kevin y Hashtag, algunas de las cuales -no todas, claro-, llegadas a la edad adulta, querrían poder hacer lo mismo que ahora hará México.

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