lunes, 6 de febrero de 2017

"La guerra del guacamole" un reportaje de La Vanguardia

La guerra del guacamoleTe presentamos un reportaje publicado por "La Vanguardia" sobre el bloqueo de las exportaciones de aguacate mexicano a Estados Unidos:

En el restaurante Los Ahijados en la carretera de Monterrey a McAllen, al otro lado de la frontera, en Texas, la noticia se recibió con ceños fruncidos, un muy mal augurio de lo que quizá se avecine.

Cinco camiones cargados con cien toneladas de aguacates de Jalisco habían sido detenidos en los dos puestos fronterizos, Reynosa (la ciudad gemela de McAllen) y Nuevo Laredo, donde las filas de tráfico, principalmente comercial, son presentes las 24 horas. La preo­cu­pa­ción era comprensible. El aguacate, a fin de cuentas, es la estrella de la huerta mexicana de los tiempos del Tratado de Libre Comercio (TLC o Nafta). Lidera la explosión de ventas de hortalizas mexicana en EE.UU., de 3.000 a 20.000 millones de dólares, desde 1994. El 60% de los aguacates consumidos en EE.UU. proviene ya de México, cuyos productores venden 16 veces más aguacates que los antes dominantes aguacateros ­californianos.

El aguacate hasta puede ser un símbolo de la integración cultural, o al menos gastronómica, de los dos países. Cualquiera que conduce por la América interior de ­Donald Trump sabe que la ta­quería y su aperitivo de guacamole con cilantro es el único restaurante de carretera que no lleva la marca corporativa del fast food globali­zado.

En los años cincuenta, reconstruidos con nostalgia por Trump en su campaña electoral, el aguacate se conocía sin cariño en EE.UU. como la “pera del cocodrilo”. Las importaciones de México fueron prohibidas hasta 1997, debido a un supuesto riesgo de gusanillos. A nadie se le ocurría en aquellos años comprar un aguacate para celebrar unas fiestas deportivas nacionales como la final de la liga de fútbol americano (NFL). Pero tras una inspirada campaña de marketing en la que los jugadores más queridos de la NFL pro­ponían diferentes recetas para el guacamole, los estadounidenses aprendieron a amar al aguacate.

Una semana antes de la Super Bowl –que se celebró anoche–, circulaban por las redes sociales recetas de Martha Stewart, la diva doméstica de la América media, o de la estrella de Hollywood Gwyneth Paltrow, para un guacamole con nachos perfectamente ajustado al paladar del hincha de los Patriots de New England. El año pasado se vendieron 278 millones de aguacates en los días antes de la Super Bowl. Este año pueden haber sido más. Hasta hay quienes se atreven, en tiempos de Donald Trump, a echar guacamole a los perritos ­calientes consumidos durante el partido, junto a la mostaza y el ­ketchup.

“¿Cómo pueden estar parando los aguacates en la frontera diez días antes de la Super Bowl?”, se preguntó incrédulo el vendedor de pólizas de seguro americanas en Los Ahijados, esenciales para los viajeros que iban a cruzar a Estados Unidos. “Tienen que buscar un acuerdo”, interpuso el camarero Ramón Baldosa, mientras en la televisión salían imágenes de Enrique Peña Nieto, el presidente mexicano, que insistía: “México exige respeto”.

Baldosa pedía un acuerdo bilateral no sólo para resolver la cuestión de los aguacates, sino también para volver a llenar su restaurante. “Míralo –dijo señalando las mesas vacías–. Ha subido tanto el dólar desde que ganó Trump que la gente de Monterrey ya no quiere ir a McAllen de compras”. Sólo faltaría que los camioneros dejasen de venir también.

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