La crisis no puede con la ilusión a la hora de abrir una tienda con encanto, un establecimiento especial que se apoya en un proyecto personal alejado de las franquicias que hacen que las calles sean iguales en muchas ciudades. Barcelona es desde hace unos meses un activo radar que capta el interés de comerciantes que deciden invertir sus ahorros en un negocio único, diferenciado de los demás, bien sea por el producto que venden o por el ambiente que envuelve al local.
Hay coincidencias en estas tiendas que no pasan desapercibidas. Muchos de los inversores son extranjeros con estudios universitarios que optan por un cambio radical de vida. Dejan profesiones liberales para ponerse detrás de su propio mostrador. Y la idea del negocio, lo que hace a su tienda un espacio singular, surge tras detectar una carencia en la oferta comercial de la ciudad. Es el caso de Blanca Olea, relaciones públicas mexicana, que durante 20 años trabajó en hoteles de lujo. «Tenía ganas de parar un poco, de emprender mi propio negocio», confiesa. A una fiesta de aniversario de sus sobrinas catalanas les llevó la tradicional piñata mexicana, que es una olla de cartón, cubierta de papel maché y adornada de cintas de colores, que contiene dulces y sorpresas.

Fernando Sánches-Chulz también es mexicano. Es arquitecto, pero ante la crisis del sector y ante su pasión por crear postres, decidió abrir una pastelería muy especial en la calle del Bisbe Sivilla, donde imparten talleres. «Llevo 15 años en Barcelona, y extrañaba el tipo de pastelería que hay en América».
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